jueves, 25 de octubre de 2007

TíaPaulina...

1 Arengaron conmigo


-Vergüenza. Debería darte vergüenza. Quedáte acá y no salgas hasta que no se vayan todos. - Y pero có….
-Y pero nada. Te quedás acá y punto.-
- Cómo me doy cuenta cuando se van todos si estoy acá encerrada, siempre lo mismo.-
Se dijo así misma mientras TíaPaulina, la interrumpía cerrándo la puerta con llave.
El ruido no permaneció mucho más tiempo. Por lo general cuando TiaPaulina la agarraba del brazo sutilmente y con una sonrisa, pidiendo perdón a los invitados, era para enjaularla, y no seguía la fiesta por mucho mas. Y a Olivia parecía darle culpa, el hecho de ser la incontrolable sobrina de 8 años, que dejaba al descubierto ciertos terrenos de la vida familiar. Siempre tan intrauterina. Tan intrínseca. Tan abnegada.
-No se pueden decir algunas cosas.- Le decía TiaPaulina a modo de consejo.
Pero ella, la ingobernable mocosa, entendía aún más de lo que decía, y aunque las infidencias nazcan de modo inocente, siempre suenan indecentes. Y Olivia lo había aprendido, pero siempre se le escapaba la torpeza, y reincidía en la franqueza, que resultaba obscena para TíaPaulina y para sus hermanas mayores.
Tenía 6 años la primera vez, que supo que la verdad no es necesariamente la misma para todos. La primera vez que entendió, a los gritos, que no todos saben escucharse, por eso gritan. Porque no pueden oírse a sí mismos. Y gritan para que alguien los ayude. Ella era silenciosa más bien, porque siempre que decía algo, la hacían callar, entonces optó por escuchar. Se dio cuenta que estaba siendo ignorada, siempre. Y así seguiría siendo.
Las llaves se posaron en la cerradura, y Olivia sabía bien que después del encierro venía el sermón. Ese era el único momento en que odiaba tener la inconclusa capacidad de escuchar. Todo le caía en su cara cómo una lluvia de verdades pesada, con un doble sentido increíble.
-8 años. 8 años. 8 años.- Se repetía mientras, miraba a TíaPaulina, mover los labios, con las cejas fruncidas y la cara enardecida.
-8 años. 8 años. 8 años.- Eternos 8 años.
Cada día de su vida era cómo 8 años. Nunca pasaban rápido. Pero tampoco despacio. Cuando se daba cuenta ya estaba parada en la puerta del colegio, comiendo un Naran-jú de Frutilla. Después del acto de fin de año. Y Mónica su hermana una adolescente 7 años mayor la pasaba a buscar, con un dejo tan perverso… que sus compañeritas de grado la habían apodado “la hermana mala”. Mónica siempre caminaba adelante sin hablarle, mientras Olivia la corría con la mochila pesada, colgando, el Naran-jú de Frutilla en una mano medio derretido, y cada tanto le gritaba: - Esperame.- Dale nena apuráte, que inútil sos, que lenta.-

Pero a ella no le importaba, porque ya se olía el aroma a verano, y para ella verano, significaba, carnaval, jugar a los náufragos tirando una alfombra en el piso del comedor sentarse encima, mientras que todo el suelo restante hacía de mar, de océano, de oasis, de fuente de supervivencia. Y su hermanito, subido al aparador, sentado con un hilo, que hacía las veces de caña. Para ella el verano era ir a la pileta del Parque Chacabuco, o jugar al elástico con Valeria, que siempre le ganaba, porque su mamá era profesora de baile, o tal vez, porque ella se dejaba ganar, era más fácil que intentar competir. Total para qué. Total siempre iba a perder. Total, no tenía las mismas oportunidades que los demás, nunca las tuvo, y era conciente de eso porque TíaPaulina se encargaba de recordárselo, ella sabía que no era igual a los demás, con sus 8 años y su mochila pesada colgando en la mitad de los brazo, casi caída, con el Naran-jú en la mano, medio derretido, y corriendo agitada para no perder de vista a Mónica.
Pero está bien, las cosas son como son y de a poco uno debe ir acomodándose a las situaciones. Eso se llama adaptación.

TíaPaulina, estaba regando las plantas, era su hobbie, sobre todo en verano, en el patio del PH bajo el toldo de lona verde. Mientras, adentro sonaba en el Winco Madonna y 3 adolescentes bailaban coordinando los pasos al ritmo de “La Isla Bonita”.
De público: Olivia y su hermanito, sentados del otro lado del comedor, que parecía enorme. Después de un rato, era la hora de comer y ya empezaban los gritos, de quien cocinaba, quien lavaba, quien ponía la mesa. Tanto ruido, para mas tarde caer en la sordera, en el silencio, y la sombra bajo el toldo verde, las 3 adolescentes salían a pasear; TíaPaulina dormía la siesta, y los demás se esfumaban, solo quedaban Olivia y su hermanito. Otra vez, en el naufragio errático, cómo el sórdido recuerdo de un verano de los años 80’ con los carapintadas, la Caja Pan, el mundial de México 86’, la televisión cortada de 15 a 19 hs. Por el ahorro energético, los carnavales barriales, y el Hombre Gato.
Para Olivia, las tardes de verano, alternaban entre el naufragio seguro y permanente, “La Ola Verde” con el Señor Televisor,
“He-Man”, “Odisea: Burbujas”, “El Chavo”y algún que otro paseo, al que la invitaba algún vecino para el día del niño. Una vez Cacho la llevó para el cumpleaños a la Ciudad Deportiva de la Boca, y volvió fascinada, después de haber subido al gusano tantas veces. El Italpark era algo más sofisticado, y solo llegó a conocerlo, antes de que lo cerraran. Pero no había como la Ciudad de los Niños, que lindo lugar. Ahí si que tenía espacio para ser una nena, ahí se sentía Olivia, la nena. No era Olivia la sobrina desobediente, o la Hermana menor que molestaba aún en el silencio. Era ella, ella y un mundo de ensueños que solo existía en su cabeza, y en la Ciudad de los Niños, claro.
Muchas veces intentó escapar, por eso y para no sentirse tan sola, inventó a Walter, un amigo invisible, que era cajero de un banco.
El comedor tenía un ventanal enorme que daba al patio central de la casa, entonces ella cortaba papel de diario, y jugaba a que eran billetes de Pesos o Australes, (dependiendo la época). Salía al patio, y del otro lado, en el comedor, estaba Walter esperándola en la ventanilla para pagarle la jubilación. Así podía comprar otra cosa que no sea solo polenta, al menos queso, o salsa, y no solo polenta.
Olivia y su hermanito, comían una vez al día. Desayunaban mate cocido con tostadas y al mediodía, polenta. Sino la variante era arroz, o algún guiso de fideos, con una especia de “salsa” naranja de tomates, que le resultaba muy fea. TíaPaulina, con un cuarto de tomates en lata, hacía casi medio litro de salsa, le ponía mucha cebolla, zanahoria, ají, especias y lo rebajaba con agua.
Para Olivia no eran felices los veranos. Ella intentaba, pero no. Porque después de un tiempo, cuando llegaba el carnaval, Valeria se iba de vacaciones a Pinamar, o a algún lugar que ella no conocía, y Natalia, que vivía a la vuelta de su casa, con su mamá, no era muy estable, la mamá trabajaba mucho y ella quedaba sola en la casa todo el día. Paula directamente no estaba en todo el verano, además era linda y le llevaba 3 años así que no hablaban mucho, tenia una casa grande, y cuando merendaban comían pan con manteca y dulce de leche, y a Olivia eso la inhibía un poco, porque en su casa solo había dulce de leche cuando lo hacía TíaPaulina y le ponía una bolita de vidrio a la leche, de esas con las que jugaba su hermanito, para que no se queme. A esa altura del verano, en el barrio solo quedaban varones, que se la pasaban en la calle. Ella y su hermanito se sumaban al grupo de chicos que callejeaban, por falta de control, por falta de hogar, por descuido, por exceso de confianza, y jugaban a Gea Joe, a la escondida y a inspeccionar la casa abandonada de Bilbao. Gastoncito se colgaba por la ventana del Garage, y abría la manija del portón, que estaba del lado de adentro. Y luego entraban todos. La casa estaba con todos los muebles. Y ropa, y juguetes y revistas, sin embargo, nunca ninguno de ellos se llevó nada de esa casa, por respeto, porque eran otras épocas, porque todavía habían valores, porque había sentido de lo que era una “travesura” y de lo que iba más allá de eso, había una inocencia que no se da muy seguido, pero que antes era costumbre.

Una vez más metió la pata. Por eso esperó en la habitación, sentada en la cama marinera, quieta, triste. Hasta que escuchó la llave de la puerta, era TíaPaulina, que volvía a explicarle porqué no debía hablar de esas cosas delante de los demás. Ni preguntar, ni escuchar, ni respirar, ni existir, porque eran cosas de grandes, y ella era una “chinita” maleducada. No!!!. Mal aprendida. Así que Olivia se quedaba callada y no decía nada, con la esperanza de que TíaPaulina algún día le dijera que la quería mucho, que la abrazara fuerte, y le dijera que todo iba a estar bien, en lugar de decirle que era igual a su papá, que la había abandonado 4 años antes, de la noche a la mañana, y había reaparecido de la misma manera, pero fantasmáticamente. Porque ahora, estaba pero no. Porque ahora la ironía de las 3 adolescentes, era más aguda, porque ante cualquier inconveniente, necesidad, o pedido, siempre estaba la tentadora opción del perverso y retorcido, “Pedíselo a TU papá”. Y ella con bronca, les decía que sí, que le iba a contar a SU papá y lo llamaba pero nunca estaba, y lo esperaba pero jamás llegó a tiempo, para salvarla, para ayudarla, para defenderla. Tuvo que aprender a hacerlo sola. A prueba y error, más errores que aciertos, más desconciertos, que ciertos. Pero uno se acostumbra. Uno se acostumbra a la soledad. Y se refugia en lo conocido, y es difícil desmitificar lo que otros aplauden. En fin para Olivia, no eran felices los veranos, para Olivia eran cada vez mas tristes las primaveras, los inviernos eran círculos vacíos de esperanzas, el inevitable camino hacia otro verano solitario, en la sombra del toldo verde del patio grande. El otoño, era volver al colegio, y eso le gustaba, al menos porque era el fin del infierno… Perdón del verano. Y los piojos. Los piojos daban vergüenza, y TíaPaulina la sentaba, al sol, por dos horas con la cabeza para abajo, sacándole las liendres, y ella no podía decir nada. Después el peine fino, fuerte muy fuerte sobre el cuerno cabelludo, que a veces en lugar de arrastrar piojos se llevaba alguna oreja. Pero Olivia no decía nada, porque TíaPaulina se enojaba y le tiraba más fuerte si se quejaba. Después de eso, era lavarse la cabeza y enjuagarse con palo borracho, o vinagre. Ese olor a vinagre, que la delataba y le daba tanta Vergüenza. Olivia era mucho más vergonzosa de lo que debería haber sido. Porque al menos desde afuera se la veía como una más. El problema está cuando desde adentro, desde donde uno menos se imagina, lo hacen sentir vergüenza por lo que es. Por lo que tiene, por lo que le falta. Y Olivia, empezó a ser triste, cada vez más triste. Cada vez más silenciosa, cada vez más parecida a “SU papá”, según TíaPaulina y las 3 adolescentes. Su hermanito empezó a ser cada vez menos parecido a ella, y dejaron de jugar. Ya no contaba con las tardes de verano bajo el toldo verde, y la frazada en el comedor, naufragando para ver si pescaba algo. Ahora era ella la tripulante y la tripulación. Ahora eran ella y Walter. Y Walter empezaba a ser cada vez más aburrido, siempre callado, y dándole la razón. Ella no estaba acostumbrada a eso. Ella no tenía razón. Ella no tenía razones. Porque TíaPaulina decía frases como, “Dios castiga y no muestra el látigo”, “Si te portás mal vas a encontrar padre y madre en cualquier lado”, todos van a poder retarte y decirte lo que está bien y lo que no. Y Olivia se lo creía, tristemente se lo creía todo. Esa inocencia perdida. Esa confianza depositada, en lo que debería ser un lugar de amor y de protección. Era pura des-protección para ella. Eran ella y su soledad, conocida, cómoda, triste, pero tibia y segura. Ahí no había abandonos posibles, ahí no había retos ni amenazas, ahí ya estaba todo dicho, estaba sola porque no se merecía nada. Era un lugar en donde refugiarse de tanta espera desolada, de tanto olvido, de tanto rencor ajeno, y exorcisado a través de ella.
Vergüenza. Debía darle vergüenza, haber dejado de ser Olivia la mal aprendida, Olivia la incontrolable, Olivia la molesta. Olivia la desaparecida, porque a partir de ahí, de su desaparición, a partir de su partida, por culpa de su ausencia, ahora TíaPaulina, las 3 adolescentes, (no tan adolescentes), y otra más, pero otra dolorosamente menos, deberían empezar a mirarse a los ojos, en lugar de mirar al vacío, ignorándola a Olivia. Y entonces el silencio, recaería sobre ellos, o no. Tal vez solo harían un poco mas de ruido, para tapar lo inevitable, para no darse cuenta de la ausencia del crucifijo que cargaba con todas las culpas sigilosas de una familia fantasma. Un crucifijo llamado Olivia.



 

Que parezca un accidente son todos putos incluso en blogger pero putos de verdad El gato todopoderoso la vida misma esta llena de herejes